Dicen que un hombre no se baña
dos veces en el mismo rio. También es verdad que un hombre no mira dos veces
las mismas estrellas. La noche, como el rio, se mueve constante e imparable.
Esta noche, otra noche. El cielo es oscuro, ninguna estrella se atreve a
brillar esta noche. Solo una pequeña luna menguante se deja ver tímida entre el
firmamento. La oscuridad reina sobre la antigua ciudad. Las calles de piedra
solo pueden ser percibidas por la irregular sensación de estas al caminar sobre
ellas. Pequeñas farolas se atreven a interrumpir la oscuridad momentáneamente,
pero su débil luz no es capaz de hacer mucho frente al negruzco ente de la
noche. De entre las sombras se escuchan pasos. Pasos particularmente sonoros.
Las débiles luces de las farolas dejaban ver, de vez en cuando, una silueta. La
bella vampira se paseaba por entre las sombras en su perverso juego. Sus rojos
labios ansiaban sangre fresca. Su pálida piel resaltaba en la persistente
penumbra. Todo su cuerpo se movía con un sutil vaivén al caminar. Sus perversos
encantos atraerían a sus víctimas al sangriento festín, tal como el flautista
de Hamelín llevaba a las ratas a su muerte.
La vampira mira sin ver a un
joven que la sigue sigilosamente desde ya hace varias cuadras. Una víctima ha
caído en su trampa. Ella conoce bien su juego. Camina un poco más lento, sacudiendo
tenuemente su cuerpo con aire seductor. Camina un poco más hasta llegar a una
farola. La luz revela por completo su belleza. Con una sonrisa coqueta, la
vampira se gira para ver a su pobre presa. Pero no hay nadie. La vampira mira
desconcertada y a sus espaldas alguien le dice. —Una mujer tan bella no debería
ser el disfraz de un demonio. Que mal, que mal. Nunca me ha gustado masacrar lo
bello. Pero bueno, trabajo es trabajo— La vampira se gira rápidamente para ver
espantada a quien le habla. Su sorpresa es mayor al ver que se trata de un
joven. Su apariencia es extraña, casi caricaturesca. Es de baja estatura, con
extremidades largas. Su cabello es negro, corto y desarreglado. Lentes cubren
unos ojos oscuros con mirada perversa. En su rostro se dibuja una sonrisa
demente. Sus ropas son también extrañas, viste una larga gabardina negra y de
su cuello cuelga un enorme crucifijo plateado. Ella sabía quién era él. Se
trataba de un cazador, ella ya se había enfrentado a estos más de una vez en el
pasado, pero este en particular era diferente, algo extraño en él lo hacía
aterrador. —¿Sin palabras? Oh bien, no perdamos tiempo entonces. Ariadna
Fellini. Edad 700 años. Has sido condenada por la Cruz de Hierro al exterminio
por tus crímenes de herejía y vampirismo. Ahora, déjame matarte bella demonio.
— La sonrisa homicida se acentuaba con cada palabra que el cazador profería.
Rápidamente desenfundo dos espadas y en un parpadeo salto hacia la vampira. La
lucha era demasiado rápida como para ser observada por ojos humanos.
En algún lugar de la ciudad se
celebraba una pintoresca fiesta de disfraces. En medio de la alevosía y el
baile, un hombre decide marcharse. Su largo cabello estaba recogido en una cola
de caballo. Una máscara cubría su rostro dejando ver solo unos oscuros ojos. El
hombre abandona el bullicioso edificio y camina con determinación a un callejón
oscuro en donde desaparece entre llamas negras y humo.
En el lugar donde estaban la
vampira y el cazador ya no hay más que silencio. Rastros de sangre se ven en
las calles de piedra. El joven cazador mira con aire de desilusión a la vampira
que yace mal herida en el suelo. La sangre brota de sus heridas que se cierran
lentamente. —Debo admitir que estoy desilusionado. Esperaba más de una bella
princesa vampira. Pero bueno, terminemos esto rápido ¿Te parece?— El perverso
cazador levanto la cabeza de la vampira sujetándola por el cabello. Los ojos de
la indefensa súcubo estaban entrecerrados. Un pequeño hilo de sangre salía de
su bella boca. El joven monstruo se decide a decapitar a la vampira, pero una
explosión de llamas negras lo hace retroceder. — ¿¡Magia!? ¡Quien anda ahí!—
Vocifera con rabia el cazador. Un hombre alto, de largo cabello y ojos oscuros
se posa sobre la lastimada vampira. El mago levanta con delicadeza a la frágil
belleza, mirándola con ojos de compasión. —Altair Basilisk. Mago de primera
clase. Buscado por la Cruz de Hierro por los crímenes de herejía, brujería,
entre otros. ¡Ja! Me has facilitado mucho el buscarte, hereje— El cazador mira
fijamente al mago sonriendo macabramente. —Por hoy, esto ha terminado.
Volveremos a vernos algún día cazador de la Cruz de Hierro, Matt Wallace.
Regresa a la oscuridad a la que perteneces. — Tras decir esto el mago y la
vampira desaparecen envueltos en llamas negras y humo.
El cazador se queda en silencio
mientras los primeros rayos de la mañana salpican su cara. Su rostro refleja
tención, pero después de unos segundos de meditar en silencio, la serenidad
vuelve a su cara. El cazador limpia sus espadas ensangrentadas y las guarda de
nuevo. Se marcha silbando alegremente por entre las calles de piedra. Después de
unos pasos mira así atrás y ve la sangre en las calles. —Otra noche será.
Hubiera sido un fiasco si el sol me quita el placer de matarla yo mismo. — Dice
el cazador mientras se aleja para confundirse con las primeras personas que
salen de sus casas para empezar el nuevo día.