domingo, 13 de octubre de 2013

La espada de sangre y magia

Dicen que un hombre no se baña dos veces en el mismo rio. También es verdad que un hombre no mira dos veces las mismas estrellas. La noche, como el rio, se mueve constante e imparable. Esta noche, otra noche. El cielo es oscuro, ninguna estrella se atreve a brillar esta noche. Solo una pequeña luna menguante se deja ver tímida entre el firmamento. La oscuridad reina sobre la antigua ciudad. Las calles de piedra solo pueden ser percibidas por la irregular sensación de estas al caminar sobre ellas. Pequeñas farolas se atreven a interrumpir la oscuridad momentáneamente, pero su débil luz no es capaz de hacer mucho frente al negruzco ente de la noche. De entre las sombras se escuchan pasos. Pasos particularmente sonoros. Las débiles luces de las farolas dejaban ver, de vez en cuando, una silueta. La bella vampira se paseaba por entre las sombras en su perverso juego. Sus rojos labios ansiaban sangre fresca. Su pálida piel resaltaba en la persistente penumbra. Todo su cuerpo se movía con un sutil vaivén al caminar. Sus perversos encantos atraerían a sus víctimas al sangriento festín, tal como el flautista de Hamelín llevaba a las ratas a su muerte.

La vampira mira sin ver a un joven que la sigue sigilosamente desde ya hace varias cuadras. Una víctima ha caído en su trampa. Ella conoce bien su juego. Camina un poco más lento, sacudiendo tenuemente su cuerpo con aire seductor. Camina un poco más hasta llegar a una farola. La luz revela por completo su belleza. Con una sonrisa coqueta, la vampira se gira para ver a su pobre presa. Pero no hay nadie. La vampira mira desconcertada y a sus espaldas alguien le dice. —Una mujer tan bella no debería ser el disfraz de un demonio. Que mal, que mal. Nunca me ha gustado masacrar lo bello. Pero bueno, trabajo es trabajo— La vampira se gira rápidamente para ver espantada a quien le habla. Su sorpresa es mayor al ver que se trata de un joven. Su apariencia es extraña, casi caricaturesca. Es de baja estatura, con extremidades largas. Su cabello es negro, corto y desarreglado. Lentes cubren unos ojos oscuros con mirada perversa. En su rostro se dibuja una sonrisa demente. Sus ropas son también extrañas, viste una larga gabardina negra y de su cuello cuelga un enorme crucifijo plateado. Ella sabía quién era él. Se trataba de un cazador, ella ya se había enfrentado a estos más de una vez en el pasado, pero este en particular era diferente, algo extraño en él lo hacía aterrador. —¿Sin palabras? Oh bien, no perdamos tiempo entonces. Ariadna Fellini. Edad 700 años. Has sido condenada por la Cruz de Hierro al exterminio por tus crímenes de herejía y vampirismo. Ahora, déjame matarte bella demonio. — La sonrisa homicida se acentuaba con cada palabra que el cazador profería. Rápidamente desenfundo dos espadas y en un parpadeo salto hacia la vampira. La lucha era demasiado rápida como para ser observada por ojos humanos.

En algún lugar de la ciudad se celebraba una pintoresca fiesta de disfraces. En medio de la alevosía y el baile, un hombre decide marcharse. Su largo cabello estaba recogido en una cola de caballo. Una máscara cubría su rostro dejando ver solo unos oscuros ojos. El hombre abandona el bullicioso edificio y camina con determinación a un callejón oscuro en donde desaparece entre llamas negras y humo.

En el lugar donde estaban la vampira y el cazador ya no hay más que silencio. Rastros de sangre se ven en las calles de piedra. El joven cazador mira con aire de desilusión a la vampira que yace mal herida en el suelo. La sangre brota de sus heridas que se cierran lentamente. —Debo admitir que estoy desilusionado. Esperaba más de una bella princesa vampira. Pero bueno, terminemos esto rápido ¿Te parece?— El perverso cazador levanto la cabeza de la vampira sujetándola por el cabello. Los ojos de la indefensa súcubo estaban entrecerrados. Un pequeño hilo de sangre salía de su bella boca. El joven monstruo se decide a decapitar a la vampira, pero una explosión de llamas negras lo hace retroceder. — ¿¡Magia!? ¡Quien anda ahí!— Vocifera con rabia el cazador. Un hombre alto, de largo cabello y ojos oscuros se posa sobre la lastimada vampira. El mago levanta con delicadeza a la frágil belleza, mirándola con ojos de compasión. —Altair Basilisk. Mago de primera clase. Buscado por la Cruz de Hierro por los crímenes de herejía, brujería, entre otros. ¡Ja! Me has facilitado mucho el buscarte, hereje— El cazador mira fijamente al mago sonriendo macabramente. —Por hoy, esto ha terminado. Volveremos a vernos algún día cazador de la Cruz de Hierro, Matt Wallace. Regresa a la oscuridad a la que perteneces. — Tras decir esto el mago y la vampira desaparecen envueltos en llamas negras y humo.


El cazador se queda en silencio mientras los primeros rayos de la mañana salpican su cara. Su rostro refleja tención, pero después de unos segundos de meditar en silencio, la serenidad vuelve a su cara. El cazador limpia sus espadas ensangrentadas y las guarda de nuevo. Se marcha silbando alegremente por entre las calles de piedra. Después de unos pasos mira así atrás y ve la sangre en las calles. —Otra noche será. Hubiera sido un fiasco si el sol me quita el placer de matarla yo mismo. — Dice el cazador mientras se aleja para confundirse con las primeras personas que salen de sus casas para empezar el nuevo día.