Era una noche tranquila. Las lámparas
de aceite iluminaban tenuemente las calles empedradas y la luna brillaba,
hermosa en el cielo. Sin dudas era una bella e iluminada noche. Una hermosísima
jovencita caminaba despreocupada por un costado del camino. Su hermosa y pálida
piel parecía brillar con la luz de la luna, su cabello era largo y en demasía
bello, negro como la noche misma. Sus cautivantes ojos castaña, miraban jovialmente hacia el vacío. Sus sensuales
labios rojos como la sangre dibujaban una dulce sonrisa. La jovencita caminaba
por la calle empedrada sin apenas hacer ruido, sutil pero firme. Su linda cabecita
apenas y se movía para mirar a su alrededor, esa noche era su noche, era de
ella y de nadie más. A ella no le importaba nada, ella lo quería todo, y bien
podría conseguirlo todo. Cualquier hombre, e incluso algunas mujeres, lo darían
todo por tal belleza, por tal dulzura natural. Su blanca tez haría pecar hasta
al mismísimo papa, ella era un diabólico ángel en la tierra.
Como es de esperarse, tal belleza no
podía pasar inadvertida, a pesar de lo adentrada de la noche aún quedaba un
alma errante paseando por la oscura callejuela. El sujeto caminaba a paso
moribundo por entre la noche, moviéndose con un sigilo inintencionado pero
natural para él. Su ropa era tan oscura que no se lo podía ver desde la
lejanía, su largo cabello bajaba por sus hombros como una ondulada cascada
negra. Su rostro de hombre cansado levantaba una ligera, pero bien arreglada
barba. Sus pobladas cejas protegían unos ojos tan oscuros y profundos como el
mismísimo abismo. Su expresión era como la de un hombre muerto, calma y neutral
hasta el punto de preocupar. Su caminar era extraño y encorvado, el hombre era
alto y delgado. Caminaba con las manos entre los bolsillos y los codos pegados
a las costillas, con la cabeza gacha. Pero inmediatamente noto a la belleza
nocturna que estaba más adelante de él, levanto la mirada y energizo su
caminar. La belleza blanquecina de esta mujer lo atraía como el fuego a la
polilla. Con cada paso que daba se acercaba más y más. Sus labios empezaron a
dibujar una tímida sonrisa. A solo unos metros de su bella doncella, hace sonar
sus pasos, para alertar su proximidad, para captar la atención de la dama, y lo
logra muy bien.
La señorita voltea ligeramente su
cabeza para detallar a su acompañante misterioso, después de mirarlo de arriba abajo
rápidamente, la dama sonríe traviesamente y se aleja de él acelerando el paso,
tuerce en una esquina y desaparece. Más esto no es suficiente para hacer perder
las esperanzas a nuestro caminante, con su paso decidido curva en la esquina y encuentra
a su princesa nocturna recostada contra una pared sonriéndole coquetamente. El
caminante se detiene en seco, observa casi atónito la visión que tiene en
frente, no puede evitar sonreír y se acerca decididamente a su dama. La
fragancia de su perfume es relajante, pero debajo de este olor no hay ningún
otro. Su piel es tan blanca que casi parece brillar. El hombre levanta sus brazos
y los pones sobre los hombros de la misteriosa mujer. Su piel es tan blanca y
fría como el hielo de un glaciar. El pasa una de sus manos por su mejilla, su
suave y fría piel es agradable al tacto, se detiene en sus labios, los hermosos
labios escarlata son tan fríos como la nieve. Él se detiene justo ahí y susurra
—Que dulces se ven los labios de la muerte…— Justo después y sin pensarlo dos
veces, la besa fuertemente. Al acabar el beso la misteriosa dama habla con lo
que muchos afirmarían es la voz de un ángel — ¿Es que acaso usted caballero,
trata de seducir a la muerte?— Con una extensa sonrisa el alto hombre responde
—Quizás, quizás busco enamorar a la muerte, quizás así pueda quitármela de mis
espaldas, pero me temo señorita que usted no es la muerte, o al menos no la mía.
Vera, los de su clase no pueden matar a los de la mía— Dicho esto el extraño
hombre desaparece entre sombras y humo.
La mujer desconcertada mira a su
alrededor, pero no hay nadie. De repente la puerta a su lado se abre. De su
interior sale un hombre anciano. Por su aspecto y su ropa se nota que acaba de
levantarse, parece algo consternado. Rápida mente posa su mirada en la dulce
criatura de piel blanca y cabello negro. Ella lo ve y sonríe, sin decir palabra
se acerca al pobre anciano. El viejo casi hipnotizado pone sus brazos sobre
ella y acerca sus labios a los suyos, con velocidad mortal la mujer clava sus
colmillos en la garganta del pobre anciano. Lo sostiene con fuerza mientras lo
drena completamente. Una vez seco, la dulce súcubo limpia la sangre de sus
labios con un pequeño pañuelo de seda. La luna brilla intensamente mientras de
las alturas alguien observa la escena. La vampira levanta la vista y sonríe al
ver a su extraño acompañante sonriéndole desde los aires. Y así ella desaparece
entre las sombras. Y así el extraño hombre, usando su magia desaparece una vez más.
Nada queda ahora, solo la luna, el camino empedrado y el cadáver del anciano.
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