lunes, 9 de septiembre de 2013

El Lagartijo


Hace mucho tiempo los animales y las plantas estaban esparcidos por todos los rincones del mundo, en la tierra y en el aire, en el agua también, especialmente en el agua. Si por donde quiera que se viera se podía encontrar agua, incluso en los más áridos desiertos, si se escarbaba lo suficiente se encontraba el preciado líquido. Pero esto fue hace mucho tiempo, fue en el tiempo en el que todos los animales Vivian en paz compartiendo el mundo, pero un día, un día uno de los animales quiso más para sí mismo. El animal tomo conciencia y pensó que todo lo que le rodeaba era por derecho, suyo. Agua, tierra, aire y todo cuanto viviere en estos. Incluso se cambió el nombre, llamo despectivamente a los otros seres animales y a él mismo se llamó Hombre, marcando su superioridad. El poder de la arrogancia del Hombre fue tal que el dominio de todo lo vivo y lo muerto en el planeta no fue suficiente, quiso más, quiso poder, poder divino, pero el Hombre era muy arrogante y muy egoísta también, el Hombre no confiaba ni en los otros Hombres, el poder de unos se convertía en amenaza para otros, el miedo y la envidia se convirtieron en odio y pronto estallaron guerras, el Hombre sucumbió rápidamente ante el poder que tanto había anhelado. Su extinción era inevitable, pero tristemente su paso por el planeta había dejado terribles heridas aún abiertas, las aguas ya no podían albergar vida, el aire era oscuro y venenoso, la tierra era triste y agrietada, la vida, que a pesar de ser testaruda, había mermado increíblemente, las grandes bestias desaparecieron, los bosques y grandes humedales eran cosa del pasado, los únicos renegados de esta extinción fueron los seres más básicos, los que siempre habían estado desapercibidos por las criaturas más complejas. En el caos del mundo agujereado por la humanidad, solo habían sobrevivido las pequeñas ranas y sapos, los pequeños mamíferos que en otros tiempos habían sido llamados musarañas y hechos a un lado. Las aves y los peces no habían corrido tal suerte, solo los lagartos y lagartijas pequeñas habían quedado para ver el nuevo mundo. Estos eran ahora los reyes del mundo sin hombres, y reinarían en paz por siempre.

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